En el argot agrícola es muy común utilizar indistintamente los términos ‘abonos agrícolas’ o ‘fertilizantes agrícolas’. Ambos son interpretados como un mismo concepto si bien y desde un punto méramente técnico, el segundo sería el más correcto.
Así en muchos países de habla hispana, tanto la palabra abono como fertilizante se utiliza indistintamente, interpretando ambas como sinónimos. Pero como decimos, esta última, que es adjetivo vinculado a la palabra fertilizar, es más apropiada para definir este tipo de productos nutricionales.
En el contexto de abonos agrícolas, según el diccionario de la Real Academia Española (RAE) en su vigésima segunda edición, matiza en su acepción séptima, que un abono es una sustancia con que se abona la tierra.
También, según la definición de abono por el reglamento de abonos de la Unión Europea es la de «material cuya función principal es proporcionar elementos nutrientes a las plantas«.
Al margen de la matización, el concepto de ‘abonos agrícolas’ se emplea para definir cualquier sustancia orgánica o inorgánica que mejore la calidad del sustrato a nivel nutricional.
En un análisis inicial, los abonos pueden ser según su procedencia de dos tipos: orgánicos y minerales.
Los abonos orgánicos son generalmente de origen animal o vegetal, mientras que los abonos minerales son como su nombre indica, sustancias de origen mineral, producidas bien por la industria química o bien por la explotación de yacimientos naturales (fosfatos, potasa).
Desde un análisis basado en sus características especiales se pueden hacer múltiples clasificaciones, como por ejemplo Abonos especiales, Abonos foliares, Abonos NPK solubles, Abonos orgánicos, Ácidos húmicos, Aminoácidos, Corrector de salinidad, Correctores de carencias, Correctores de carencias múltiples, Extracto de algas, Formulado especial orgánico, etc.