El olivar español es líder a nivel mundial y se enfrenta a un futuro marcado por la necesidad de conciliar la competitividad económica con la sostenibilidad ambiental y social.

En este escenario, la fertilización es considerada una herramienta estratégica fundamental, cuya gestión eficiente y precisa es clave para optimizar la producción, asegurar la rentabilidad y minimizar el impacto ambiental.

España como el principal cultivador de la UE.

España es el principal productor de olivos de la Unión Europea con una extensión que supera los 2,8 millones de hectáreas, no solo dominando la superficie cultivada, sino también la producción global, representando aproximadamente el 70% de la producción de la UE y el 45% de la mundial.

En la campaña 2023/2024, a pesar de las dificultades climáticas, España produjo alrededor de 766.500 toneladas métricas de aceite de oliva, manteniendo su posición como principal productor. Este liderazgo se extiende al comercio internacional, con exportaciones de aceite de oliva valoradas en cerca de 4.343 millones de dólares en 2023.

Distribución del cultivo del olivo en España.

Geográficamente, el cultivo del olivo se extiende por gran parte del territorio, aunque con una marcada concentración en el centro-sur y este peninsular.

Andalucía es la principal comunidad autónoma, albergando aproximadamente 1,65 millones de hectáreas (cerca del 60% del total nacional) y generando alrededor del 80% de la producción nacional de aceite.

Dentro de Andalucía, la provincia de Jaén destaca como el epicentro de la olivicultura mundial. Le siguen en importancia regiones como Castilla-La Mancha, que aporta un 16% de la superficie y un 8% de la producción nacional, y Extremadura, con un 10% de la superficie, un 4% de la producción de aceite y una notable especialización en aceituna de mesa.

Otras comunidades como Cataluña, Comunidad Valenciana y Aragón también contribuyen significativamente a la diversidad y riqueza del sector.

Más allá de las cifras de producción, el olivar posee una profunda relevancia socioeconómica y cultural, siendo el eje vertebrador de la economía en numerosas comarcas rurales, especialmente en Andalucía.

A nivel nacional, más de 350.000 agricultores y unas 15.000 personas en la industria dependen directamente de este cultivo, que juega un papel crucial en la fijación de la población rural y la cohesión territorial.

Campos de olivos en laderas

Tipos de cultivo del olivar.

El olivar en España presenta una diversidad de sistemas de cultivo, cada uno con características, productividades y requerimientos de manejo distintos.

Comprender estas diferencias es fundamental para adaptar las estrategias de fertilización a las necesidades específicas de cada explotación. Principalmente, se distinguen tres sistemas: tradicional, intensivo y superintensivo (o en seto).

El sistema tradicional representa la olivicultura histórica y actualmente ocupa una parte mayoritaria de la superficie olivarera en España, en torno al 50 %, aunque su proporción tiende a disminuir. Se caracteriza por su baja densidad de plantación, generalmente inferior a 141 olivos por hectárea, suele estar en régimen de secano y en terrenos con pendientes pronunciadas, con productividades más bajas que las gestionadas en regadío. Es el sistema que genera más empleo por unidad de superficie.

El sistema intensivo busca aumentar la productividad y facilitar la mecanización respecto al tradicional. Ocupa una parte significativa y creciente de la superficie, aproximadamente el 45% en 2019, y entre sus características posee una densidad media de plantación (entre los 200 y 600 olivos/ha, pudiendo llegar a 1.000. Son árboles de tamaño medio y se cultivan preferentemente en terrenos llanos o con pendientes suaves. Una proporción importante, aproximadamente el 52 %, se cultiva en regadío mediante riego por goteo, lo que permite la fertirrigación. Este sistema permite una mayor mecanización, especialmente la recolección, ya sea mediante vibradores de tronco o cosechadoras cabalgantes según su sistema de plantación. Su productividad es considerablemente mayor que en el sistema tradicional.

Es el sistema superintensivo o en seto es el más moderno y tecnificado, basado en la formación de un seto continuo de olivos que permite la mecanización total. Aunque minoritario en superficie, está experimentando una rápida expansión, con densidades de plantación entre los 1.500 y 2.500 olivos/ha. Su cultivo se realiza sobre terrenos llanos y requiere fertirrigación para sostener la alta densidad y productividad. En este sistema, la elección varietal es muy importante, eligiendo aquellas de menor vigor y porte compacto, como por ejemplo la Arbequina, Arbosana y Koroneiki.

En todo este contexto, vemos que esta evolución hacia sistemas más intensivos representa un motor de cambio para el sector, buscando mayor eficiencia y rentabilidad para afrontar los desafíos del mercado global. Sin embargo, esta transformación no está exenta de retos. La mayor productividad de los sistemas intensivos y superintensivos exige un manejo agronómico más preciso, especialmente en lo referente a la gestión del agua y la nutrición.

La fertilización, por tanto, se convierte en una herramienta clave no solo para alcanzar los altos rendimientos esperados, sino también para hacerlo de manera sostenible y responsable.

Aceitunas en el árbol

Variedades de aceituna más populares en España.

La elección de la variedad de olivo es una decisión fundamental para cualquier explotación, ya que condiciona tanto las características del producto final (aceite o aceituna de mesa) como el manejo agronómico y, en particular, las necesidades de fertilización.

En España, con su diversidad climática y edáfica, acoge a más de 200 variedades de olivo y genotipos seleccionados en zonas concretas del país, cada una con sus propias adaptaciones y aptitudes.

Principales variedades para aceituna para la elaboración de aceite.

Entre las principales variedades de aceituna para la elaboración de aceite, la variedad principal es la variedad Picual, ocupando más de un millón de hectáreas, lo que representa cerca del 50% de la superficie olivarera española y el 20% de la mundial. Sus principales zonas de cultivo están en las provincias de Jaén, Granada y Córdoba. La variedad Hojiblanca, con unas 200.000 ha de superficie, cultivada principalmente en Córdoba, Málaga, Sevilla y Granada, es otra de las principales.

La Arbequina, originaria de Cataluña, su cultivo se ha extendido ampliamente por Aragón, Andalucía y otras zonas, siendo la variedad de referencia en las plantaciones superintensivas (en seto). Y la Cornicabra, la segunda variedad más cultivada en España, es predominante en Castilla-La Mancha (especialmente Toledo y Ciudad Real) y Madrid.

Otras variedades de interés con importancia regional o características específicas, son la Empeltre en Aragón y Baleares; Lechín de Sevilla en Andalucía Occidental; Verdial con distintos genotipos en Badajoz, Huelva, Vélez-Málaga; Picudo en Córdoba, Granada, Málaga; Blanqueta en Levante, etc.

Principales variedades para aceituna de mesa.

Aunque algunas variedades como Hojiblanca son duales, otras se destinan preferentemente al consumo como aceituna de mesa. La variedad de aceituna de mesa por excelencia es la de Manzanilla, destacando la Manzanilla Sevillana cultivada en Sevilla, Huelva, Badajoz y la Manzanilla Cacereña en Extremadura y Salamanca. La Gordal Sevillana también goza de fama internacional por el gran tamaño de sus frutos. Se cultiva principalmente en la provincia de Sevilla.

La variedad autóctona de Málaga Aloreña, es la primera aceituna de mesa con Denominación de Origen Protegida (DOP) en España. Otras variedades como Cacereña, Carrasqueña, Verdial de Badajoz, … también se utilizan para esta modalidad de aceituna de mesa.

La fertilización del olivar con base a la productividad y sostenibilidad.

La fertilización constituye una de las prácticas agronómicas más determinantes en el cultivo del olivar. Su correcta gestión es esencial no solo para alcanzar los objetivos productivos y económicos de la explotación, sino también para asegurar la sostenibilidad ambiental y la viabilidad a largo plazo del cultivo en un contexto de crecientes exigencias normativas y desafíos climáticos.

El objetivo primordial de un plan de fertilización en el olivar es doble: por un lado, restituir al suelo los nutrientes que el árbol extrae anualmente para el desarrollo de la cosecha (aceitunas) y para su propio crecimiento vegetativo (madera, hojas, raíces); por otro lado, aportar los niveles adecuados de aquellos nutrientes que se encuentren en cantidades insuficientes en el suelo, asegurando así una nutrición óptima y equilibrada del olivo a lo largo de todo su ciclo.

Una nutrición adecuada se traduce directamente en una mejora de la rentabilidad. Al satisfacer las demandas del árbol en cada fase de su desarrollo, se potencia el vigor, la floración, el cuajado y el correcto desarrollo del fruto (tamaño y rendimiento graso), lo que conduce a obtener la mayor producción posible en función del objetivo de la explotación.

Más allá de la productividad, una fertilización eficiente es sinónimo de sostenibilidad ambiental. Un programa de abonado bien diseñado, basado en el diagnóstico preciso de las necesidades del cultivo y las características del suelo, minimiza las pérdidas de nutrientes hacia el medioambiente. Esto es especialmente relevante para el nitrógeno, cuyas pérdidas por lixiviación (contaminación de aguas subterráneas y superficiales por nitratos) o por volatilización (emisiones de amoniaco y óxido nitroso a la atmósfera) son una preocupación ambiental creciente y objeto de regulación específica (Directiva de Nitratos, RD 1051/2022 sobre Nutrición Sostenible).

El cumplimiento de normativas como la de Producción Integrada o Producción Ecológica, cada vez más demandadas por el mercado, exige un manejo aún más riguroso de la fertilización, limitando el uso de ciertos insumos y priorizando prácticas sostenibles.

En este complejo escenario, el asesoramiento técnico especializado es fundamental. JISA, consciente de la importancia de una nutrición precisa y sostenible, pone a disposición de los olivareros su equipo técnico comercial para colaborar en la elaboración de programas nutricionales adaptados a cada finca.

JISA dispone de un amplio catálogo de fertilizantes y bioestimulantes de alta calidad, que incluye abonos foliares con diferentes equilibrios para el olivar, con la marca Jisafol®, que permite a los agricultores obtener los mejores resultados en cuanto a rendimiento y calidad.

Campos de olivos en seto

Factores determinantes en la planificación del abonado del olivar.

Para un correcto plan de abonado del olivar hay que tener en cuenta factores determinantes, como son las características del suelo (textura, pH, niveles de materia orgánica (MO), contenido en nutrientes, niveles de caliza activa y carbonatos, salinidad, su Capacidad de Intercambio Catiónico (CIC), etc. Además del sistema de cultivo implantado, de la variedad y del estado árbol.

Es fundamental tanto el análisis de suelo como el foliar. El análisis de suelo nos permite diagnosticar y cuantificar las características anteriores. Se recomienda realizarlo cada 4-5 años o antes si se detectan problemas. En cuanto al análisis foliar, complementa al de suelo, indicándonos el estado nutricional real del árbol, es decir, qué nutrientes ha sido capaz de absorber y acumular en sus hojas. Es la herramienta más fiable para detectar carencias, incluso antes de que aparezcan.

Momentos clave para la Fertilización del olivo.

Una vez realizado el diagnóstico nutricional, la clave del éxito reside en aplicar los nutrientes necesarios en el momento oportuno y de la forma más eficiente, sincronizando los aportes con las fases de mayor demanda del olivo y adaptando la estrategia a las condiciones ambientales, especialmente en un contexto de cambio climático.

Fertilización de primavera (brotación, floración y cuajado).

Este periodo, que abarca desde la salida del reposo invernal (febrero-marzo) hasta el final del cuajado e inicio del endurecimiento del hueso (junio-julio), es importante para definir el potencial productivo del año.

Sus objetivos se centran en impulsar la brotación y el crecimiento vegetativo, así como cuidar la fase de floración y maximizar el cuajado. Sobre el momento de foliares son especialmente eficaces durante el periodo de abril a julio, debido a la presencia de hojas jóvenes y condiciones climáticas más favorables.

Fertilización de otoño (postcosecha y reservas).

Tras la cosecha, o durante la fase final de maduración si esta se retrasa, el árbol necesita reponer las reservas de nutrientes extraídas y prepararse para el invierno y el ciclo siguiente.

Entre sus objetivos está reponer las extracciones dado que la cosecha de aceituna extrae cantidades muy significativas de nutrientes, especialmente potasio (K). Con su reposición se evita el agotamiento del árbol y la acentuación de la vecería.

También está mejorar la maduración y rendimiento graso. Si la fertilización se realiza antes de finalizar la maduración, el potasio juega un papel clave en la acumulación de aceite.

Respecto a acumular reservas nutricionales en las partes leñosas del árbol durante el otoño asegura una mejor resistencia al frío invernal y una brotación más vigorosa en la primavera siguiente.

Sobre el momento de aplicación, se sitúa desde el inicio del envero hasta después de la recolección, que coincide entre los meses de septiembre a diciembre.

Abono foliar NPK 11-6-36 rico en potasio y enriquecido con magnesio y boro

Adaptación adecuada al cambio climático y la sequía.

El cambio climático impone nuevos desafíos a la fertilización del olivar, principalmente debido al aumento de las temperaturas y la mayor frecuencia e intensidad de las sequías.

El impacto del estrés hídrico en la nutrición del olivo dificulta la absorción de nutrientes por las raíces, incluso si estos están presentes. Este estado de sequía puede agravar o inducir deficiencias nutricionales, como las de potasio y boro especialmente.

Entre las estrategias de adaptación está en potenciar la fertilización foliar. En condiciones de sequía, la aplicación foliar gana relevancia, ya que permite aportar nutrientes directamente a la hoja de forma rápida y eficaz para corregir carencias puntuales o aportar nutrientes clave en momentos críticos.

Vinculado a la fertilización otoñal ya referida, ante primaveras cada vez más secas e inciertas, asegurar un buen nivel de reservas nutricionales en este periodo se vuelve estratégico para afrontar el ciclo siguiente.

El uso de diferentes bioestimulantes agrícolas está generalizándose en el olivar. Si bien, siempre se ha considerado un cultivo rústico, que no necesitaba de aportes nutricionales especiales.

La nutrición recomendada en olivar por muchos años ha sido, un abonado de fondo que aporte materia orgánica, tratamientos con abono foliar con el equilibrio adecuado, según la fase fenológica y el uso de aminoácidos y potasio según el momento del cultivo. Con el transcurso de los años se ha demostrado que el olivo es un cultivo «agradecido» y que los beneficios de utilizar productos bioestimulantes como Ascofillum®, a base de extracto puro de algas, Cuajemax® (inductor de floración y cuaje) y tanto GlyBet® como Top-K® (productos con efecto osmoprotector) han mejorado los resultados de producción de oliva y de rendimiento en aceite.

Potasio de rápida asimilación con efecto osmoprotector

En definitiva, para el equipo técnico comercial JISA, la fertilización del olivar trasciende la mera aplicación de nutrientes. Debe concebirse como una inversión estratégica que impacta directamente en la viabilidad económica de la explotación, en su sostenibilidad ambiental y en su capacidad de adaptación a los desafíos futuros. Para ello, requiere un enfoque basado en el conocimiento, el diagnóstico preciso, la elección adecuada de productos y métodos de aplicación, con la integración del resto de prácticas de manejo del cultivo. Solo así se puede asegurar un olivar productivo, rentable y respetuoso con el medioambiente.

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